La práctica de la meditación puede ser extremadamente
sencilla, pero esto no quiere decir que sea fácil. Por ejemplo, observar la
respiración, sin alterarla ni modificarla, es una técnica antiquísima sumamente
accesible, pero, ¿qué pasa? Pasa que nos cuesta focalizar la atención.
La mente, en su uso disfuncional, es altamente discursiva. Es
esa voz en la cabeza que lo juzga todo, opina sobre todo, nos lleva hacia el
pasado o hacia el futuro y nos quita la posibilidad de vivenciar el presente, o
mejor dicho, el aquí y ahora.
En la meditación observamos un objeto primario (en este caso
la respiración, como se explica al comienzo del artículo). La mente va a
generar pensamientos. No importa.
Cuando nos damos cuenta de que nuestra atención ya no está con nuestra
respiración, amablemente, volvemos a ella.
La respiración se observa prestando atención a la entrada y
salida del aire por las fosas nasales. Atendemos a la sensación táctil que
provoca tanto la inhalación como la exhalación. También se puede poner el foco
de observación en el abdomen, cuando este se infla por la entrada del aire o
cuando el abdomen se aplana. Se debe utilizar una sola de estas dos maneras de
ser conscientes de la respiración.
Con respecto a la postura, lo
más importante es tener la espalda recta. Se puede practicar sentado en una
silla, no es necesario sentarse en el suelo con las piernas cruzadas (que es
totalmente válido). Esta posición hace que nos mantengamos más tiempo en estado
de alerta. Hay escuelas de meditación que sugieren cerrar los ojos y otras
tenerlos entreabiertos. Uno puede ir buscando cuál es su forma de practicar. En
entradas futuras iremos conociendo técnicas de las escuelas tradicionales de la
India, China y Japón.
¿Sencillo? Sí.
¿Fácil? Y... Es cuestión de práctica.
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